martes, 17 de marzo de 2015

El sexismo, base de la discriminación salarial por género que todavía sufrimos.

Por Manuel Mansergas Monte.

La discriminación que se manifiesta en la diferencia salarial de los hombres sobre las mujeres es mera consecuencia de la necesidad que sufre nuestra sociedad por dividir a la población en dos grupos según su sexo. Y darle a esto un valor sobredimensionado nos lleva al quid de la cuestión: el sexismo.

La igualdad de derechos y libertades entre hombres y mujeres es una realidad que, aunque algunos se esfuerzan en exaltar, dista mucho de ser un hecho veraz y factible. La diferencia salarial, que en muchas ocasiones existe entre un hombre y una mujer que despeñan el mismo trabajo y que acarrean la misma responsabilidad, existe. La brecha de la que hablamos está presente en los países que reconocen el derecho de las mujeres a ejercer una profesión y a emplearse de forma independiente y voluntaria fuera de sus hogares; no hay que olvidar que todavía más denostables son las naciones y sociedades en las que ni siquiera está reconocido este derecho para ellas.

La diferencia que habitualmente existe entre la remuneración que una mujer percibe frente a la de un hombre, por el simple hecho del género al que una pertenece, es sencillamente un vistoso ejemplo de sexismo manifestado en cifras. Los números en muchas ocasiones cumplen un papel esclarecedor y determinante y en este caso también ocurre así. La muestra de que el género femenino todavía sufre la discriminación y el sometimiento frente al género masculino encuentra en las diferencias salariales un mero prototipo fácilmente inteligible, incluso a los ojos de un niño que apenas ha comenzado la escuela. Es simplemente una cuestión de números.

El problema de esta discriminación nace en el momento en el que preguntamos a unos futuros padres si van a pintar la habitación de su bebé de rosa o de azul. Con estos comentarios, que más allá de ser inofensivas preguntas reflejan pensamientos e ideas sexistas, estamos asumiendo y a la vez contribuyendo a que el sexo de la persona que va a nacer condicionará su vida para siempre., y no solamente en los aspectos sexuales. Todo esto en el más sencillo de los casos, presuponiendo que ese bebé se sentirá feliz y plenamente identificado con el sexo “correspondiente”.


La discriminación salarial de la que hablamos encuentra vastos ejemplos cuando nos fijamos en las profesiones denominadas “tradicionalmente masculinas”. El órgano sexual no describe directamente las capacidades o características que cada individuo posee. En algunos casos, posiblemente incluso en un porcentaje mayoritario, puede describir rasgos comunes, pero caer en la trampa de juzgar el todo por la parte puede ser muy peligroso y, desde luego, es injusto y razonablemente cuestionable. Para cada labor, tarea y empleo se exigen unas capacidades que deben ser examinadas de forma particular. Echando la vista atrás y analizando el curso de la historia y el pensamiento, existen diferentes argumentos que, aunque refutables, pueden ayudarnos a comprender qué llevó a considerar determinadas profesiones “ de hombres” y cómo vamos transformando ese concepto tan sexista.

El transporte ferroviario, por ejemplo, requería hasta hace pocos años de un maquinista que fuera capaz de mantener la mente fría y atenta, a pesar de la monotonía de la tarea en sí, para poder estar durante horas conduciendo una pesada máquina; también se requería una persona que fuera capaz de realizar algunas tareas físicas necesarias para poner el tren a punto antes de la partida o para resolver algún contratiempo sucedido en plena vía; también había que pasar en muchas ocasiones varias noches fuera de casa. Se decidió entonces que ninguna mujer sería capaz de realizar estas funciones mejor que un hombre e, incluso, que éste no era un trabajo adecuado para ella ya que interfería en el buen cumplimiento de sus otras obligaciones adjudicadas, como el cuidado del hogar o la familia diariamente. Aunque a una velocidad muy escasa, cabe decir que el cambio está llegando. La moral impositiva del 'qué debe hacer' y 'qué no debe hacer' una mujer en nuestra sociedad va debilitándose y la profesión de maquinista no conlleva la crudeza (las dificultades) que acarreaba años atrás. El metro de Londres, por ejemplo, celebra el centenario de la incorporación de la primera mujer a sus filas. El número de mujeres que conducen trenes o dirigen estaciones gira en torno a las 13.000, pero sólo un 15% de representación total.

La proporción en cambio en los cuerpos de bomberos de Bruselas es mucho más desequilibrada ya que, de 1.000 bomberos, solamente 8 son mujeres. Una de estas mujeres es la sargento Wibin, de la central de Bruselas. Ella comenta sin demasiada gratitud que la UE estipula que no se pueden establecer las misma exigencias para un sexo que para otro. A pesar de la conformidad con la que muchos observan esta medida, entendida por algunos como un herramienta para acercarse a cierta paridad, la realidad a la que nos enfrentamos es nuevamente discriminatoria por sexista. Otorgar esa atención preponderante al sexo en cualquier aspecto de la vida es sexismo, y considerar en consecuencia que por naturaleza el sexo varón de una persona le otorga unas capacidades o cualidades superiores a las que una persona de sexo femenino podrá alcanzar es pura discriminación. Además, los argumentos que tienen que ver con las capacidades físicas de un sexo o el otro, además de caer por su propio peso, ven cuestionada también su veracidad cuando conocemos a Marie Arena. Esta mujer sufre el mismo trato discriminatorio a pesar de que no realiza trabajos tan físicos como la bombero, ni tan mecánicos como una conductora de trenes, sino que trabaja en la Eurocámara.

Todas comparten que la problemática tiene un marcado carácter generacional. Los más mayores son más reticentes a reconocer y comprender la discriminación que existe, muestra clara de que es un problema meramente educacional. Marie Arena reconoce que a pesar de que en el Parlamento las cuotas se van cumpliendo (30%), eso no quiere decir que haya igualdad. Los sillones desde donde se toman decisiones importantes, los lugares donde se asienta el poder, siguen estando ocupados por personas con sexo masculino. La conclusión que debe desprenderse de este análisis es que no todos los aspectos de la humanidad deben estar regidos por el sexo, ya que la complejidad de los seres humanos va mucho más allá de lo que un mero órgano provoca en cada ser. Deberíamos intentar realzar y valorar la maravillosa diversidad que caracteriza a la humanidad, ya que en ella reside la mayor de nuestras riquezas.

Las mujeres representan un porcentaje enorme de la población y así debería estar representado en cada parcela de la vida. La discriminación salarial de la que hablamos en este caso es un claro reflejo de una historia contada y controlada por hombres. Este hecho, en cambio, trae consecuencias devastadoras, fruto de miles de años de represión, como el hecho de haber conseguido que muchas mujeres hayan llegado a aceptar la situación discriminatoria actual como normal, adecuada, justa o irreversible. Ésta es la peor de las consecuencias provocadas y está en la mano de cada uno empezar a cambiarlo.

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