La
discriminación que se manifiesta en la diferencia salarial de los
hombres sobre las mujeres es mera consecuencia de la necesidad que
sufre nuestra sociedad por dividir a la población en dos grupos
según su sexo. Y darle a esto un valor sobredimensionado nos lleva
al quid de la cuestión: el sexismo.
La igualdad
de derechos y libertades entre hombres y mujeres es una realidad que,
aunque algunos se esfuerzan en exaltar, dista mucho de ser un hecho
veraz y factible. La diferencia salarial, que en muchas ocasiones
existe entre un hombre y una mujer que despeñan el mismo trabajo y
que acarrean la misma responsabilidad, existe. La brecha de la que
hablamos está presente en los países que reconocen el derecho de
las mujeres a ejercer una profesión y a emplearse de forma
independiente y voluntaria fuera de sus hogares; no hay que olvidar
que todavía más denostables son las naciones y sociedades en las
que ni siquiera está reconocido este derecho para ellas.
La
diferencia que habitualmente existe entre la remuneración que una
mujer percibe frente a la de un hombre, por el simple hecho del
género al que una pertenece, es sencillamente un vistoso ejemplo de
sexismo manifestado en cifras. Los números en muchas ocasiones
cumplen un papel esclarecedor y determinante y en este caso también
ocurre así. La muestra de que el género femenino todavía sufre la
discriminación y el sometimiento frente al género masculino
encuentra en las diferencias salariales un mero prototipo fácilmente
inteligible, incluso a los ojos de un niño que apenas ha comenzado
la escuela. Es simplemente una cuestión de números.
El problema
de esta discriminación nace en el momento en el que preguntamos a
unos futuros padres si van a pintar la habitación de su bebé de
rosa o de azul. Con estos comentarios, que más allá de ser
inofensivas preguntas reflejan pensamientos e ideas sexistas, estamos
asumiendo y a la vez contribuyendo a que el sexo de la persona que va
a nacer condicionará su vida para siempre., y no solamente en los
aspectos sexuales. Todo esto en el más sencillo de los casos,
presuponiendo que ese bebé se sentirá feliz y plenamente
identificado con el sexo “correspondiente”.
La
discriminación salarial de la que hablamos encuentra vastos ejemplos
cuando nos fijamos en las profesiones denominadas “tradicionalmente
masculinas”. El órgano sexual no describe directamente las
capacidades o características que cada individuo posee. En algunos
casos, posiblemente incluso en un porcentaje mayoritario, puede
describir rasgos comunes, pero caer en la trampa de juzgar el todo
por la parte puede ser muy peligroso y, desde luego, es injusto y
razonablemente cuestionable. Para cada labor, tarea y empleo se
exigen unas capacidades que deben ser examinadas de forma particular.
Echando la vista atrás y analizando el curso de la historia y el
pensamiento, existen diferentes argumentos que, aunque refutables,
pueden ayudarnos a comprender qué llevó a considerar determinadas
profesiones “ de hombres” y cómo vamos transformando ese
concepto tan sexista.
El
transporte ferroviario, por ejemplo, requería hasta hace pocos años
de un maquinista que fuera capaz de mantener la mente fría y atenta,
a pesar de la monotonía de la tarea en sí, para poder estar durante
horas conduciendo una pesada máquina; también se requería una
persona que fuera capaz de realizar algunas tareas físicas
necesarias para poner el tren a punto antes de la partida o para
resolver algún contratiempo sucedido en plena vía; también había
que pasar en muchas ocasiones varias noches fuera de casa. Se decidió
entonces que ninguna mujer sería capaz de realizar estas funciones
mejor que un hombre e, incluso, que éste no era un trabajo adecuado
para ella ya que interfería en el buen cumplimiento de sus otras
obligaciones adjudicadas, como el cuidado del hogar o la familia
diariamente. Aunque a una velocidad muy escasa, cabe decir que el
cambio está llegando. La moral impositiva del 'qué debe hacer' y
'qué no debe hacer' una mujer en nuestra sociedad va debilitándose
y la profesión de maquinista no conlleva la crudeza (las
dificultades) que acarreaba años atrás. El metro de Londres, por
ejemplo, celebra el centenario de la incorporación de la primera
mujer a sus filas. El número de mujeres que conducen trenes o
dirigen estaciones gira en torno a las 13.000, pero sólo un 15% de
representación total.
La
proporción en cambio en los cuerpos de bomberos de Bruselas es mucho
más desequilibrada ya que, de 1.000 bomberos, solamente 8 son
mujeres. Una de estas mujeres es la sargento Wibin, de la central de
Bruselas. Ella comenta sin demasiada gratitud que la UE estipula que
no se pueden establecer las misma exigencias para un sexo que para
otro. A pesar de la conformidad con la que muchos observan esta
medida, entendida por algunos como un herramienta para acercarse a
cierta paridad, la realidad a la que nos enfrentamos es nuevamente
discriminatoria por sexista. Otorgar esa atención preponderante al
sexo en cualquier aspecto de la vida es sexismo, y considerar en
consecuencia que por naturaleza el sexo varón de una persona le
otorga unas capacidades o cualidades superiores a las que una persona
de sexo femenino podrá alcanzar es pura discriminación. Además,
los argumentos que tienen que ver con las capacidades físicas de un
sexo o el otro, además de caer por su propio peso, ven cuestionada
también su veracidad cuando conocemos a Marie Arena. Esta mujer
sufre el mismo trato discriminatorio a pesar de que no realiza
trabajos tan físicos como la bombero, ni tan mecánicos como una
conductora de trenes, sino que trabaja en la Eurocámara.
Todas
comparten que la problemática tiene un marcado carácter
generacional. Los más mayores son más reticentes a reconocer y
comprender la discriminación que existe, muestra clara de que es un
problema meramente educacional. Marie Arena reconoce que a pesar de
que en el Parlamento las cuotas se van cumpliendo (30%), eso no
quiere decir que haya igualdad. Los sillones desde donde se toman
decisiones importantes, los lugares donde se asienta el poder, siguen
estando ocupados por personas con sexo masculino. La conclusión que
debe desprenderse de este análisis es que no todos los aspectos de
la humanidad deben estar regidos por el sexo, ya que la complejidad
de los seres humanos va mucho más allá de lo que un mero órgano
provoca en cada ser. Deberíamos intentar realzar y valorar la
maravillosa diversidad que caracteriza a la humanidad, ya que en ella
reside la mayor de nuestras riquezas.
Las mujeres
representan un porcentaje enorme de la población y así debería
estar representado en cada parcela de la vida. La discriminación
salarial de la que hablamos en este caso es un claro reflejo de una
historia contada y controlada por hombres. Este hecho, en cambio,
trae consecuencias devastadoras, fruto de miles de años de
represión, como el hecho de haber conseguido que muchas mujeres
hayan llegado a aceptar la situación discriminatoria actual como
normal, adecuada, justa o irreversible. Ésta es la peor de las
consecuencias provocadas y está en la mano de cada uno empezar a
cambiarlo.
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