jueves, 16 de abril de 2015

¿Y quién nos protege de los que nos protegen?


La democracia está seriamente dañada, por una parte debido a la amenaza de la vigilancia masiva a la que estamos sometidos, y por la otra debido a la falta de aplicación de las reglas que nuestros propios políticos han diseñado y aprobado. Pero los gobiernos europeos todavía no han entendido la gravedad de este problema, que no es otro que la pérdida de soberanía.


Cuando uno escribe en el buscador de Google la palabra 'bull', la primera entrada que aparece no es ningún traductor, tampoco Wikipedia, ni siquiera la famosa marca de refresco o alguna asociación animalista, la primera entrada que nos ofrece el rastreador es la de una empresa francesa en cuya leyenda reza “Bull, atos technologies for big data, HPC, security”.


Bull es una empresa puntera en sistemas de vigilancia. Como buena multinacional europea, esta gran sociedad opera en muchos países más allá de sus fronteras. Ofrece avanzados sistemas de vigilancia a empresas y gobiernos de muchos lugares del mundo, incluyendo países africanos y de Oriente Medio, de los cuales es de justicia moral apuntar que varios se rigen por gobiernos dictatoriales y represivos. Pues bien, esta misma empresa es una de las que está llevando la batuta en la lucha por la protección de los datos personales de los ciudadanos europeos, nuestros. Al final del texto entenderéis algo más.


Recientemente debatieron en el plató del Parlamento Europeo el profesor y periodista Fabrice Epelboin, el eurodiputado especialista en la materia Jan Philipp Albrecht (Los Verdes) y Peter Hustinx, Supervisor Europeo de Protección de Datos, acerca del derecho a la protección de nuestra privacidad. El debate giraba en torno a qué legislación existe en Europa para regular estos procedimientos y qué cumplimiento y seriedad se le da a esas leyes por parte de los propios gobiernos e instituciones que aprueban las directivas que, una vez en vigor, ellos mismos deberán aplicar. Parece absurdo, pero (no) lo es. El Profesor Epelboin critica la diferente forma de abordar el asunto según el país en cuestión y su cultura. Comparando Francia y Alemania, envidia la firmeza con la que el país germano aborda en la actualidad el tema de la protección de datos reconociendo hechos pasados: “Alemania violó los datos personales en la II Guerra Mundial. IBM informatizó el Holocausto. Los holandeses hicieron un censo de su población mediante tarjetas perforadas que incluían referencias a la religión que la gente profesaba y los alemanes se lo llevaron cuando invadieron Holanda. En Francia no tenemos esa historia ni esa cultura. Hemos escondido esa parte de la historia bajo de la alfombra y hemos olvidado que grandes empresas como Bull, una de las líderes mundiales en vigilancia, colaboró durante ese mismo periodo con el régimen del Tercer Reich e inició el trabajo de recopilación para el registro de judíos franceses. Por tanto es muy diferente la forma en que un país aborda el tema y cómo lo hace el vecino. En Francia no existe un debate real”. Es fácil pensar, echando la vista atrás apenas un par de generaciones, que tal vez el peligro resida simplemente en el hecho de que toda la información referente a nuestra intimidad personal esté clasificada y almacenada, independientemente de las manos que la custodien. ¿Existe diferencia entre el acceso a esta información privada de cada ciudadano, empresa o institución si se realiza por parte de un gobierno o ente público a diferencia de realizarse por cuenta de una entidad privada? ¿Es en sí el hecho un problema o depende de la finalidad del mismo? En tal caso ¿qué garantía existe? ¿dónde nace esta desconfianza? y ¿quiénes son los responsables? El eurodiputado Albrecht señalaba al respecto que “la directiva reguladora que en al que trabajamos actualmente será aplicable a empresas y otro tipo de organismo pero no a los gobiernos, y muchos menos a aquellos que están más allá de las fronteras europeas. Además, los gobiernos del Viejo Continente se niegan a abordar el tema porque constantemente se espían los unos a los otros”. ¿Por qué adoptamos esta práctica tan propia de los regímenes comunistas que tanto aterran a nuestros mandatarios, si por el contrario defendemos la individualidad de cada persona como base de nuestro capitalismo?


Actualmente los parlamentarios europeos trabajan en la elaboración de una legislación actualizada que regulará la protección de datos en los actuales estadios y que verá la luz dentro de poco. Sin embargo, defender la privacidad legítima del individuo inocente encuentra su mayor adversario en la llamada “lucha antiterrorista”, bandera de los gobiernos occidentales. Y aquí sale a la palestra el caso Snowden, a colación del cual se está debatiendo en Europa en este momento sobre quiénes son esas autoridades competentes y qué poder o legitimidad tienen para utilizar nuestros datos (cedidos o no). La desconfianza al respecto acecha sobre una parte muy importante de la población, la consciente. Estamos acostumbrados a que muchos sitios webs sean gratuitos y nos proporcionen contenidos sin coste económico alguno, pero esto no es lo que parece. Nada es gratuito. La función para la que ha sido creada esta oferta sin costes para el usuario es proporcionar puntos de atención donde, cada vez más, existe vigilancia y con cuyos datos el proveedor puede o bien traficar o bien sacar tajada. ¿Bajo la bandera de la lucha antiterrorista se pueden justificar, por ejemplo, las acciones desarrolladas por los gobiernos de los EE.UU. y reveladas por el antiguo empleado de la CIA y la NSA? Sería peligroso y muy cruel imaginar que las instituciones gubernamentales se sirvieran del propio terrorismo para provocar ellas mismas terror en la población (algo que podríamos denominar metaterrorismo de estado). ¿Tiene autoridad un gobierno para exigir a una empresa particular nuestros datos personales? Barajar la opción de que una compañía privada pudiera ser el mejor garante de nuestra privacidad, a sabiendas de la valía en dólares (o euros o cualquier otra moneda) de la información que posee acerca de nosotros, provoca también mucho pavor. Hay quienes afirman que el factor económico es la matriz de todo este asunto. Internet ha ofrecido desde su creación grandes posibilidades de negocio que todavía se siguen desarrollando y que no cesan en catapultar hacia el éxito los proyectos más punteros e innovadores: la nube es el último ejemplo.


La nube ofrece la posibilidad de almacenar, procesar y utilizar nuestros datos en un espacio común y “omnipresente” en lugar de hacerlo solamente en el computador propio. Se acabó quedarse sin espacio en el disco y el acceso a la información es posible desde cualquier ordenador que utilicemos. Pero los datos no se almacenan en el cielo, se almacenan en servidores gigantescos repartidos por todo el mundo. Económicamente hay mucho que ganar ya que cualquier empresa puede reducir sus gastos en servidores internos comprando espacio de almacenamiento conforme a sus necesidades. Se calcula que, en le mejor de los escenarios, esta nube genere un PIB de 250.000 millones de euros en 2020, según un estudio de la Comisión. El problema radica en que para transferir la información almacenada se necesita utilizar Internet, y los acontecimientos recientes demuestran la debilidad de la protección de datos en la red. La nube puede llegar a ser un gran peligro.


Este espacio que almacena la información está principalmente controlado por los norteamericanos, consecuencia de que el mercado informático esté copado por empresas estadounidenses. Sin embargo, hay en Francia quienes se atreven a hablar de una nube soberana, término que el profesor Epelboin califica de chistoso desde el primer momento: “La soberanía es un lujo que no podemos comprar en Europa porque no tenemos fabricantes como Intel, Hewlett Packard o Dell. Nunca tendremos una soberanía total. El mayor actor en la nube soberana francesa es Bull, líder mundial en vigilancia, del cual el propio estado francés es accionista”. Tachán. La misma multinacional millonaria que se lucra a base de controlar y clasificar a los ciudadanos de multitud de países en el mundo intenta ser, esta vez, uno de los estandartes en la lucha por al protección de datos. Además, está participada por el propio estado. Existen, por tanto, extrañas coincidencias entre la industria de la vigilancia y la famosa nube soberana; un sueño desvanecido. Parece que el verdugo quiere convertirse en salvador para poder seguir siendo verdugo.


Y el círculo se cerró.





Manuel Mansergas Monte



1 comentario:

  1. Grande, Manu. Leído al detalle. Valiosísima información. Tq. Pili.

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