La democracia está seriamente
dañada, por una parte debido a la amenaza de la vigilancia masiva a
la que estamos sometidos, y por la otra debido a la falta de
aplicación de las reglas que nuestros propios políticos han
diseñado y aprobado. Pero los gobiernos europeos todavía no han
entendido la gravedad de este problema, que no es otro que la pérdida
de soberanía.
Cuando uno escribe en el buscador
de Google la palabra 'bull', la primera entrada que aparece no es
ningún traductor, tampoco Wikipedia, ni siquiera la famosa marca de
refresco o alguna asociación animalista, la primera entrada que nos
ofrece el rastreador es la de una empresa francesa en cuya leyenda
reza “Bull, atos technologies for big data, HPC,
security”.
Bull es una empresa puntera
en sistemas de vigilancia. Como buena multinacional europea,
esta gran sociedad opera en muchos países más allá de sus
fronteras. Ofrece avanzados sistemas de vigilancia a empresas y
gobiernos de muchos lugares del mundo, incluyendo países africanos y
de Oriente Medio, de los cuales es de justicia moral apuntar que
varios se rigen por gobiernos dictatoriales y represivos. Pues bien,
esta misma empresa es una de las que está llevando la batuta en la
lucha por la protección de los datos personales de los ciudadanos
europeos, nuestros. Al final del texto entenderéis algo más.
Recientemente debatieron en el
plató del Parlamento Europeo el profesor y periodista Fabrice
Epelboin, el eurodiputado especialista en la materia Jan Philipp
Albrecht (Los Verdes) y Peter Hustinx, Supervisor Europeo de
Protección de Datos, acerca del derecho a la protección de nuestra
privacidad. El debate giraba en torno a qué legislación existe
en Europa para regular estos procedimientos y qué cumplimiento y
seriedad se le da a esas leyes por parte de los propios gobiernos e
instituciones que aprueban las directivas que, una vez en vigor,
ellos mismos deberán aplicar. Parece absurdo, pero (no) lo es. El
Profesor Epelboin critica la diferente forma de abordar el asunto
según el país en cuestión y su cultura. Comparando Francia y
Alemania, envidia la firmeza con la que el país germano aborda en la
actualidad el tema de la protección de datos reconociendo hechos
pasados: “Alemania violó los datos personales en la II Guerra
Mundial. IBM informatizó el Holocausto. Los holandeses
hicieron un censo de su población mediante tarjetas perforadas que
incluían referencias a la religión que la gente profesaba y los
alemanes se lo llevaron cuando invadieron Holanda. En Francia no
tenemos esa historia ni esa cultura. Hemos escondido esa parte de la
historia bajo de la alfombra y hemos olvidado que grandes empresas
como Bull, una de las líderes mundiales en vigilancia,
colaboró durante ese mismo periodo con el régimen del Tercer Reich
e inició el trabajo de recopilación para el registro de judíos
franceses. Por tanto es muy diferente la forma en que un país aborda
el tema y cómo lo hace el vecino. En Francia no existe un debate
real”. Es fácil pensar, echando la vista atrás apenas un par de
generaciones, que tal vez el peligro resida simplemente en el hecho
de que toda la información referente a nuestra intimidad personal
esté clasificada y almacenada, independientemente de las manos
que la custodien. ¿Existe diferencia entre el acceso a esta
información privada de cada ciudadano, empresa o institución si se
realiza por parte de un gobierno o ente público a diferencia de
realizarse por cuenta de una entidad privada? ¿Es en sí el hecho
un problema o depende de la finalidad del mismo? En tal caso ¿qué
garantía existe? ¿dónde nace esta desconfianza? y ¿quiénes son
los responsables? El eurodiputado Albrecht señalaba al respecto que
“la directiva reguladora que en al que trabajamos actualmente será
aplicable a empresas y otro tipo de organismo pero no a los
gobiernos, y muchos menos a aquellos que están más allá de las
fronteras europeas. Además, los gobiernos del Viejo Continente se
niegan a abordar el tema porque constantemente se espían los unos a
los otros”. ¿Por qué adoptamos esta práctica tan propia de los
regímenes comunistas que tanto aterran a nuestros mandatarios, si
por el contrario defendemos la individualidad de cada persona como
base de nuestro capitalismo?
Actualmente los parlamentarios
europeos trabajan en la elaboración de una legislación actualizada
que regulará la protección de datos en los actuales estadios y que
verá la luz dentro de poco. Sin embargo, defender la privacidad
legítima del individuo inocente encuentra su mayor adversario en la
llamada “lucha antiterrorista”, bandera de los gobiernos
occidentales. Y aquí sale a la palestra el caso Snowden, a colación
del cual se está debatiendo en Europa en este momento sobre quiénes
son esas autoridades competentes y qué poder o legitimidad tienen
para utilizar nuestros datos (cedidos o no). La desconfianza al
respecto acecha sobre una parte muy importante de la población, la
consciente. Estamos acostumbrados a que muchos sitios webs sean
gratuitos y nos proporcionen contenidos sin coste económico
alguno, pero esto no es lo que parece. Nada es gratuito. La función
para la que ha sido creada esta oferta sin costes para el usuario es
proporcionar puntos de atención donde, cada vez más, existe
vigilancia y con cuyos datos el proveedor puede o bien traficar o
bien sacar tajada. ¿Bajo la bandera de la lucha antiterrorista se
pueden justificar, por ejemplo, las acciones desarrolladas por los
gobiernos de los EE.UU. y reveladas por el antiguo empleado de la CIA
y la NSA? Sería peligroso y muy cruel imaginar que las instituciones
gubernamentales se sirvieran del propio terrorismo para provocar
ellas mismas terror en la población (algo que podríamos denominar
metaterrorismo de estado).
¿Tiene autoridad un gobierno para exigir a una empresa particular
nuestros datos personales? Barajar la opción de que una compañía
privada pudiera ser el mejor garante de nuestra privacidad, a
sabiendas de la valía en dólares (o euros o cualquier otra moneda)
de la información que posee acerca de nosotros, provoca también
mucho pavor. Hay quienes afirman que el factor económico es la
matriz de todo este asunto. Internet ha ofrecido desde su creación
grandes posibilidades de negocio que todavía se siguen desarrollando
y que no cesan en catapultar hacia el éxito los proyectos más
punteros e innovadores: la nube es el último ejemplo.
La nube ofrece la
posibilidad de almacenar, procesar y utilizar nuestros datos en un
espacio común y “omnipresente” en lugar de hacerlo solamente en
el computador propio. Se acabó quedarse sin espacio en el disco y el
acceso a la información es posible desde cualquier ordenador que
utilicemos. Pero los datos no se almacenan en el cielo, se almacenan
en servidores gigantescos repartidos por todo el mundo.
Económicamente hay mucho que ganar ya que cualquier empresa puede
reducir sus gastos en servidores internos comprando espacio de
almacenamiento conforme a sus necesidades. Se calcula que, en le
mejor de los escenarios, esta nube genere un PIB de 250.000
millones de euros en 2020, según un estudio de la Comisión. El
problema radica en que para transferir la información almacenada se
necesita utilizar Internet, y los acontecimientos recientes
demuestran la debilidad de la protección de datos en la red.
La nube puede llegar a ser un
gran peligro.
Este espacio que almacena la
información está principalmente controlado por los norteamericanos,
consecuencia de que el mercado informático esté copado por empresas
estadounidenses. Sin embargo, hay en Francia quienes se atreven a
hablar de una nube soberana, término que el
profesor Epelboin califica de chistoso desde el primer momento: “La
soberanía es un lujo que no podemos comprar en Europa porque no
tenemos fabricantes como Intel, Hewlett Packard o Dell.
Nunca tendremos una soberanía total. El mayor actor en la nube
soberana francesa es Bull, líder mundial en vigilancia, del
cual el propio estado francés es accionista”. Tachán. La
misma multinacional millonaria que se lucra a base de controlar y
clasificar a los ciudadanos de multitud de países en el mundo
intenta ser, esta vez, uno de los estandartes en la lucha por al
protección de datos. Además, está participada por el propio
estado. Existen, por tanto, extrañas coincidencias entre la
industria de la vigilancia y la famosa nube soberana; un
sueño desvanecido. Parece que el verdugo quiere convertirse en
salvador para poder seguir siendo verdugo.
Y el círculo
se cerró.
Manuel
Mansergas Monte